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Sobre el huevear y sus bondades

14 Nov

Sobre los huevos mucho se ha escrito. Que si alimentan, que si dan cáncer, que si no hay que afeitarlos, que si la yema sube el colesterol y la clara te pone cachas.

De lo que no se escribe mucho es del hueveo como acción primerísima de la historia de la vida humana.

A mí por ejemplo, me encanta huevear. Y de hecho, es una de mis palabras favoritas de la jerga peruana; siempre que conozco a un no «peruano-hablante» intento mostrarle sus múltiples acepciones y significados con el fin de enamorarlo del término y sus derivados. A veces nada me hace más feliz que una persona extranjera diciendo «¡Qué huevada!»

El huevear para quien no esté familiarizado, es la acción de no hacer nada importante.

Nada importante porque huevear ya es en sí misma una acción bastante importante.  Y de eso quería hablar hoy. Ahora bien, no hay que confundir. Huevear no es únicamente quedarte tieso en la cama o en el sofá con la mente en blanco. Huevear puede ser por ejemplo, quedarte tieso en la cama contando las arañas del techo. Se trata de cualquier acción que no requiere mucho esfuerzo y que misteriosamente, produce un placer excepcional.

Entonces, abro mi agendita imaginaria y en el espacio de calendario veo todo lleno. Me excuso diciendo que me gusta hacer cosas y me apunto a todo cursito que encuentro, invito gente a mi casa, organizo fiestas, en fin… me encanta huevear pero nunca hueveo. Me he ido dando cuenta de que no soy la única persona a la que le gusta llenar su calendario de tareas por hacer (espero tampoco ser la única que tenga una agendita imaginaria)

Y hoy venía caminando de mi casa al trabajo y recordé esto que me ronda la cabeza hace unos días: la importancia de encontrar el equilibrio perfecto entre el huevear y el hacer cosas.

¿Cuándo dejó de ser valioso el tiempo en el que uno huevea? ¿A qué famoso pensador se le metió la idea de que la gente que huevea no sirve para nada? De niña me comieron tanto la cabeza con eso, que me empecé a sentir mal cada vez que mi cuerpo pedía estar ahí tranquilita, boca arriba en la cama cantando alguna canción. Deja de huevear y ponte a estudiar. Ya ya ya, mucha huevada Daniela, ¡haz algo!
Me sentía mal y poco a poco, dejé el huevear más y más en el olvido.

Hoy reivindico eso que nunca debimos dejar de valorar. Hay que huevear señores, sino la vida se convierte en una perfecta huevada. Hay que darse un tiempo para aburrirse y revivir la pesadez y el tedio adolescente de vez en cuando. Hay que buscarle un hueco a la nada porque eso significará que nuestra “nada” nos sigue gustando.

Algunos adelantados pensarán en los riesgos de incursionar en el hueveo.

Calma. Lo de que la pereza es la madre de todos los males puede que sea verdad, sí, no lo niego. Mi abuela lo decía mucho y algo de crédito le doy a la mujer; pero para mí, el hueveo está más cerca de ser el padre de la creatividad que el progenitor de la maldad. Si estoy perezosa, no sé ustedes, pero no me da por imaginar maneras de matar pollos. Si fuera así, mi problema no sería exactamente el exceso de hueveo.
Psicólogos amigos de este blog corroboran esta última afirmación. Aprovecho para agradecer la desinteresada colaboración.

Así que padres del mundo, dejen a sus hijos huevear. Hueveen con ellos. Permítanles hacer sus huevadas con soltura y alegría y no los llenen de culpas que luego los convertirán en unos huevones… porque en la vida hay que saber desconectar para conectar luego con uno mismo de nuevo y no conozco manera más linda que ésta.

Y a aquellos perdidos como yo, que no tuvieron la suerte de tener padres cordiales que consideraban el hueveo como parte integradora de la personalidad, medio de desfogue creativo y reencuentro espiritual, atrévanse a disfrutar hueveando. Y como si las huevas, comenten con familiares y amigos lo rico que se siente, para que todos empecemos a huevear un poco más y nos dejemos de tanta huevada.