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Los locales malditos

2 Jun

Están por todos lados, a plena vista o escondidos en callejones. En barrios pobres, en barrios ricos, en ciudades grandes o en pueblos recónditos. Invaden la geografía universal haciéndose llamar “locales malditos” y estoy segura que existe alguno muy cerca de ti.

Estos curiosos lugares por los que parece haber caído una maldición eterna tienen un olor especial, un tufo sutil a fracaso que sólo podemos reconocer con facilidad algunos superdotados del olfato como yo.

En el distrito limeño de San Borja, al final de la calle donde pasé mi niñez, había una esquina desde la que según yo empezaba el mundo adulto; ese donde los problemas se hacen realidad y se vive siempre al borde de la locura o de la iniciación al culto a Jehová. Pensaba que al cruzar esa calle hacia la avenida Las Artes, «lejos» de la seguridad del hogar familiar, podía perderme, quién sabe si para siempre… y era justo en esa esquina entre la niñez y la horrible adolescencia, donde estaba el primer local maldito que conocí.

Por él pasaron, uno tras otro, negocios que siempre nacían y morían de la misma manera: pasando de la ilusión al miedo. Tiendas de ropa, bodegas de alimentación, negocios de masajes misteriosos, peluquerías y hasta una tienda de mascotas. ¡Esos cachorros tiernos no podían no venderse! Pero sí, de pronto, nadie los quería.

Cosa rara. Abrían sus puertas a la riqueza con ilusión y fuerza. Todos los dueños llegaban con esa cara de tarados que se nos queda a los humanos cuando pensamos «al fin voy a ser millonario». Algunos se esmeraban en la decoración, otros preferían invertir en desarrollar una idea de negocio novedosa e incluso algún listo se esforzó en pagar una campaña de publicidad (estos pinches publicistas), pero ninguno conseguía jamás evitar la caída en picado de sus cifras de ventas, porque señoras y señores, tarde o temprano todo se desplomaba.

Poco a poco se iba creando en el aire el ambiente lúgubre del final de un cuento triste. ¿Empezaban a perder dinero? ¿Se comenzaban a sentir víctima de fraudes, incendios? ¿Veían caer sobre sus cabezas la desgracia de la enfermedad o era la saña de los desastres naturales golpeando con furia especial contra sus setenta metros cuadrados de superficie? Terremotos, asaltos, cualquier cosa podía ser, el caso es que no importaba cómo, siempre terminaban cerrando.

Durante años me he encontrado con lugares malditos dedicados a los negocios temporales que nunca funcionan. De formación profesional, siempre intenté buscarle una razón a su fracaso.

La localización tenía que ser. Pero a no ser que tuviera una razón relacionada a un error garrafal de feng shui, la mayoría de las veces, los locales malditos cumplían con estar bien ubicados, a la vista y paciencia de la gente a la que bien podían llegar y venderles sus productos y servicios como si no hubiera un mañana. (Consumir, cerdos, consumir)

Bueno, pues entonces será justamente eso, lo que venden. El qué y no el cómo nuevamente a la cabeza. Sí, podía ser ese el problema, pero, curiosamente, descubrí que no. Conocí negocios bien pensados, originales incluso, que se iban al garete sin entender por qué.

¿La atención al cliente? no, tampoco. De hecho, creo que el temor creciente a la mierda que se acerca como una peste, volvía a los empleados cada vez más blandos, dulces y serviciales.  ¿Sería acaso la razón del fracaso un mix suavecito de todas las anteriores? ¿Tan suave que llega a ser imperceptible? Puede ser. Pero ante la duda, decidí crear una hipótesis propia, bastante más creíble y sensata para la mente de una persona como yo, pensadora imaginaria donde las haya.

La razón pues, de la caída continuada de las empresas que inician operaciones en un local maldito es algo que claramente escapa del control humano.

Pero, ¡cuidado! dios y su séquito no está para problemas del capital, así que los únicos que podían estar tras esto eran, sin lugar a dudas, los espíritus aburridos del inframundo.

Ellos, en su eterna desidia, no encuentran mejor manera de putear a los humanos que meterse en sus locales y una vez allí, lloran sus penas del pasado y cuentan historias terroríficas a las paredes que, aunque no hablan lenguajes humanos, son capaces de enviar mensajes sutiles a nuestra mente inconsciente.

El ciclo de mensajes malditos permanece por el resto de la vida impregnada en cada metro cuadrado.
Todavía no se ha encontrado una solución a este problema que impacta directamente en el sistema. ¡Qué diría John Smith!

En fin, sí, sí, hazte empresario… pero ojo. Mucho ojo.