Una vieja digna

13 Jun

Yo la conocí vieja y durante varios años tuve la duda de si nació así.
De niña me gustaba imaginarla saliendo desnuda de algún hueco de debajo de la tierra, con la boca bien pintada de fucsia haciendo juego con el esmalte de las uñas de los pies.

Era un ser impresionante. Me enteré de su apoyo al único movimiento político que conocía un día de tertulia familiar post atracón dominguero, donde haciendo gala de su lema básico de vida “vamos a joder un poco para digerir mejor”, carajeó con soltura al presidente de turno.
Orgullosa de tener apellido compuesto como seña de pertenencia a la más alta clase social de Lima, no tenía reparo en gritar a indios y mestizos callejeros. Le gustaba lucir su piel blanca y su pelo rubio ante los que ella consideraba «inferiores». Era ofensiva, pero más que ofensiva, débil y dulce.

A sus ochenta años, la edad que siempre pareció tener, recordaba con memoria fotográfica todos los chismes familiares. Su interés por la vida privada de tíos, primos, conocidos y hasta vecinos, parecía revelar algo que quizás nadie en la familia quería entender: moría de ganas por ser uno de nosotros. Y es que, aunque era común decirle que formaba parte de la familia, era bastante complicado que ella así lo sintiera.

Y no me extraña.
En las continuas reuniones familiares era el principal motor de nuestras carcajadas. «Pobre vieja», decían algunos limpiándose las lágrimas de tanto reir.
Nos burlábamos de sus tetas, principalmente, aunque también de esa voz de bruja mala tan dañino para el oído humano. Lo único que superó a las tetas fueron los labios, que parecían haber sido operados por el doctor Chapatín resaqueado después de una de nuestras reuniones.

Ante todo era una vieja digna. Podía estar destrozada y hundida, podía ser motivo de burla, podía incluso rogar en silencio un poco de afecto, pero nunca dejaba de aparentar sentirse grande. Recuerdo que siempre alardeaba sus virtudes y sus pequeños logros en el terreno amoroso y social, quizás a modo de defensa o como un esfuerzo más hacia su eterna búsqueda de aceptación.

Cuando mamá me contó que era divorciada, me quedé atónita. Los conservadores de mi familia solían decir que su marido la abandonó y se fue a Mozambique porque ella le obligaba a sacarse los zapatos para entrar a la casa. Desde entonces su fama de come-hombres no hizo más que crecer. Todo esto ella lo traducía en un simple y categórico «soy limpia e irresistible».

A pesar de sus defectos, sus pendientes grandes y su pelo siempre bien peinado, me hacían quererla profundamente.
También me hacía quererla saber que un día en familia era bastante menos divertido sin ella.

2 respuestas hasta “Una vieja digna”

  1. PATTY junio 13, 2014 a 4:27 pm #

    UPS! DANIELA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! SOLO JUSTIFICA TU ESCRITO, EL FINAL JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

  2. PATTY junio 13, 2014 a 4:28 pm #

    CON ESTO LA HARAS MAS FAMOSA! JAJAJAJAJAJAJA

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