Ayer fue feriado en Barcelona por la segunda pascua (sí, es raro) así que me fui a la playa. A la playa central de Sitges para ser más exactos.
Antes de llegar, dando un paseo por el pueblo como quien mata el tiempo, noté que había aumentado el número de vendedores ambulantes. «África grita en silencio» pensé, mientras las carteras Prada o Chanel eran intensamente ofrecidas por esos amables y grandes señores.
Ya en la playa, mi tía y yo nos pusimos a confesar los excesos del invierno al siempre comprensivo mar Mediterráneo. Podía sentir el sonido de las olas mezclado con las palabras de mi querida acompañante.
Un momento dulce. Regalo de vida. Un rato de esos en los que te olvidas de todo lo que no puedes arreglar y te dejas hacer “negrita” con la ayuda del viento y la luz.
De pronto, mi felicidad se vio opacada por una gorda con voz de pito.
Ah… querido lector. No tengo nada en contra de las gordas, de hecho me gusta sentirme parte del club, pero esta gorda en particular debería inmolarse en medio del océano. Que ¿por qué?
Verás.
Más de veinte vendedores ambulantes, mal llamados Top Manta, corrieron a esconderse de la policía. La escena parecía sacada de un cómic malo de esos que llenan las ediciones impresas de los periódicos. Por un lado ellos, a menos de 5 metros de los coches de la guardia urbana, ocultos en el muro que separa el paseo de la arena. Por otro, los polis observando el cielo desde sus carros oficiales y en medio, el guardián de la playa, con ese gesto casi inexpresivo del que sabe que es mejor no hacer nada.
Los polis se hicieron los que no los vieron y aquí no pasó nada. Los vendedores volvieron a sus puestos a seguir la faena. Ilegales y humanos a partes iguales. Cuando la tensión se diluía, apareció en el cuadro una señora con un bikini ajustado. Tomaba de la mano a un niño que, pobre de él, debía ser su hijo (a su hermano se lo comió, seguro).
Se dirigía al guardián con esa obscena ignorancia que ataca sin piedad a la gente como ella, poseedora de una voz chillona que parece gastada de tanta tontería.
Empezó diciendo bajito «Es increíble. Si entran, tienen que trabajar, eso está claro. Pero por eso mismo, mejor que no entren» y luego se vino arriba… «El pueblo esta plagado de negros vendiendo por todos lados y los policías, haciéndose los tontos. Así estamos. ¿Y tú qué? si tampoco puedes hacer nada, te ponen en una situación que… A ver si hacen algo los políticos para prohibir ya esto que al final los verdaderos perjudicados son todos los comercios de la zona que pagan sus impuestos y éstos ni pagan nada, ni les hacen nada».
No sé si me quemó más la piel el sol que la gorda el alma. ¿A cuánta gente representa esta mujer? ¿Quién es ella? ¿Con cuánta cantidad de elementos tóxicos invisibles alimenta la mente de ese niño que lleva de la mano?
Es ese pensamiento simplista el mayor de los peligros. No abuse de él, señora. La estupidez ha de ser usada con moderación, como la comida.
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