Archivo | junio, 2014

Sueños políticos

26 Jun

 

Imagen

Anoche me acosté arribista, no hay otra explicación.
Soñé que vivía un romance babeante y nervioso con nada menos que Pablo Iglesias, el líder de Podemos.
Es cierto que cuando empezó a hacerse conocido me alegré profundamente por tener algo sensato que escuchar en las noticias del almuerzo, pero tampoco es que sea yo de entregarme así de fácil a cualquier político de izquierdas, no, claro que no. Al menos consciente, no.
Resultó ser que, para mi sorpresa, ya no me molestaba el frizz, ni la delgadez, ni su potencial olor a moto vieja, ni la barbita, ni la sonrisa política que en realidad esconde un «ahí te llenes de ladillas, facha»
No me importaba nada, señores, de hecho en mi sueño todo eso me parecía sorpresivamente excitante.
¡Oh, querido lector, debo confesar que desperté envuelta en una nube de emociones encontradas!
Hasta bien entrada la mañana me estuve preguntando qué carajo me pasó para soñar que me enrollaba con Pablo (sí, tengo derecho a tutearlo)
Concluí que mi mente caprichosa no podía elegir a otra persona en esta marea política actual.
Tenía que elegirlo a él y pensándolo bien, por algo fue. Me explico:
Dicen que los sueños son un mix de deseos, miedos y recuerdos. Yo soy olvidadiza despierta y dormida así que casi siempre mis sueños son más deseo y miedo que otra cosa.
Por lo general sueño que muero o que me beso con chicos guapos en la playa, para que me entiendan.
Anoche no me acosté pensando en política ni recuerdo haber leído nada relacionado en los últimos días.
Así que mi sueño tuvo que ser producto del deseo reprimido de ser la futura lady di sudamericana sumado al recuerdo lejano de un personaje que no escapa de mi interés (político): el señor Pablo Iglesias.
​Debe ser que en el fondo soy una caliente-ansiosa-de-poder​ que lo mezcló todo, como mi puré de patatas con zanahorias y cuanta cosa vegetal tenga en la cocina.
Bueno, solo eso, necesitaba contarlo.
Y me despido, no sin antes desear buena suerte al antes nombrado y esperar que en nuestro próximo encuentro en sueños se haya peinado un poco.

 

Una vieja digna

13 Jun

Yo la conocí vieja y durante varios años tuve la duda de si nació así.
De niña me gustaba imaginarla saliendo desnuda de algún hueco de debajo de la tierra, con la boca bien pintada de fucsia haciendo juego con el esmalte de las uñas de los pies.

Era un ser impresionante. Me enteré de su apoyo al único movimiento político que conocía un día de tertulia familiar post atracón dominguero, donde haciendo gala de su lema básico de vida “vamos a joder un poco para digerir mejor”, carajeó con soltura al presidente de turno.
Orgullosa de tener apellido compuesto como seña de pertenencia a la más alta clase social de Lima, no tenía reparo en gritar a indios y mestizos callejeros. Le gustaba lucir su piel blanca y su pelo rubio ante los que ella consideraba «inferiores». Era ofensiva, pero más que ofensiva, débil y dulce.

A sus ochenta años, la edad que siempre pareció tener, recordaba con memoria fotográfica todos los chismes familiares. Su interés por la vida privada de tíos, primos, conocidos y hasta vecinos, parecía revelar algo que quizás nadie en la familia quería entender: moría de ganas por ser uno de nosotros. Y es que, aunque era común decirle que formaba parte de la familia, era bastante complicado que ella así lo sintiera.

Y no me extraña.
En las continuas reuniones familiares era el principal motor de nuestras carcajadas. «Pobre vieja», decían algunos limpiándose las lágrimas de tanto reir.
Nos burlábamos de sus tetas, principalmente, aunque también de esa voz de bruja mala tan dañino para el oído humano. Lo único que superó a las tetas fueron los labios, que parecían haber sido operados por el doctor Chapatín resaqueado después de una de nuestras reuniones.

Ante todo era una vieja digna. Podía estar destrozada y hundida, podía ser motivo de burla, podía incluso rogar en silencio un poco de afecto, pero nunca dejaba de aparentar sentirse grande. Recuerdo que siempre alardeaba sus virtudes y sus pequeños logros en el terreno amoroso y social, quizás a modo de defensa o como un esfuerzo más hacia su eterna búsqueda de aceptación.

Cuando mamá me contó que era divorciada, me quedé atónita. Los conservadores de mi familia solían decir que su marido la abandonó y se fue a Mozambique porque ella le obligaba a sacarse los zapatos para entrar a la casa. Desde entonces su fama de come-hombres no hizo más que crecer. Todo esto ella lo traducía en un simple y categórico «soy limpia e irresistible».

A pesar de sus defectos, sus pendientes grandes y su pelo siempre bien peinado, me hacían quererla profundamente.
También me hacía quererla saber que un día en familia era bastante menos divertido sin ella.

La gorda de la playa

10 Jun
top-manta-sitges-fx

Ayer fue feriado en Barcelona por la segunda pascua (sí, es raro)​ así que me fui a la playa. A la playa central de Sitges para ser más exactos.

Antes de llegar, dando un paseo por el pueblo como quien mata el tiempo, noté que había aumentado el número de vendedores ambulantes. «África grita en silencio» pensé, mientras las carteras Prada o Chanel eran intensamente ofrecidas por esos amables y grandes señores.

Ya en la playa, mi tía y yo nos pusimos a confesar los excesos del invierno al siempre comprensivo mar Mediterráneo. Podía sentir el sonido de las olas mezclado con las palabras de mi querida acompañante.
Un momento dulce. Regalo de vida. Un rato de esos en los que te olvidas de todo lo que no puedes arreglar y te dejas hacer “negrita” con la ayuda del viento y la luz.

De pronto, mi felicidad se vio opacada por una gorda con voz de pito.

Ah… querido lector. No tengo nada en contra de las gordas, de hecho me gusta sentirme parte del club, pero esta gorda en particular debería inmolarse en medio del océano. Que ¿por qué?

Verás.

Más de veinte vendedores ambulantes, mal llamados Top Manta, corrieron a esconderse de la policía. La escena parecía sacada de un cómic malo de esos que llenan las ediciones impresas de los periódicos. Por un lado ellos, a menos de 5 metros de los coches de la guardia urbana, ocultos en el muro que separa el paseo de la arena. Por otro, los polis observando el cielo desde sus carros oficiales y en medio, el guardián de la playa, con ese gesto casi inexpresivo del que sabe que es mejor no hacer nada.

Los polis se hicieron los que no los vieron y aquí no pasó nada. Los vendedores volvieron a sus puestos a seguir la faena. Ilegales y humanos a partes iguales. Cuando la tensión se diluía, apareció en el cuadro una señora con un bikini ajustado. Tomaba de la mano a un niño que, pobre de él, debía ser su hijo (a su hermano se lo comió, seguro).

Se dirigía al guardián con esa obscena ignorancia que ataca sin piedad a la gente como ella, poseedora de una voz chillona que parece gastada de tanta tontería.

Empezó diciendo bajito «Es increíble. Si entran, tienen que trabajar, eso está claro. Pero por eso mismo, mejor que no entren»  y luego se vino arriba… «El pueblo esta plagado de negros vendiendo por todos lados y los policías, haciéndose los tontos. Así estamos. ¿Y tú qué? si tampoco puedes hacer nada, te ponen en una situación que… A ver si hacen algo los políticos para prohibir ya esto que al final los verdaderos perjudicados son todos los comercios de la zona que pagan sus impuestos y éstos ni pagan nada, ni les hacen nada».

No sé si me quemó más la piel el sol que la gorda el alma.  ¿A cuánta gente representa esta mujer? ¿Quién es ella? ¿Con cuánta cantidad de elementos tóxicos invisibles alimenta la mente de ese niño que lleva de la mano?

Es ese pensamiento simplista el mayor de los peligros. No abuse de él, señora. La estupidez ha de ser usada con moderación, como la comida.

Yo quiero ser la Comic Sans

5 Jun

helvetica_5817

 

Una señora de aspecto agüita tibia estaba parada a mi lado esperando el bus. Esa necesidad irreprimible de hablar con extraños me llevó a conocerla: Qué frío tan tremendo, ¿no?
Ella, que ya estaba con un pie en el más allá, contestó con ese gesto único de la gente mayor que inspira entre sabiduría y hartura: Hay que abrigarse, hija, que ya empieza. Que ya empieza lo bueno.
Sentí la vibración del móvil en las ingles. Era Luisa, una amiga.
-¿Qué tal, nena?
-Acá, tomando el sol- dije.
-Boba. ¿Abriste el link que te mandé anoche?
Resulta que Luisa es diseñadora gráfica. (Eso que, con todos mis respetos, algunos artistas con talento estudian para empezar a perderlo)
Luisa me había enviado un link de una reconocida revista de diseño donde hablaban del boom de la Helvética y el boom anti-serif y el boom del reboom y tal.
Ya me tienen harta con la Helvética. Que si es perfecta, que si ahora Apple la usa en su nuevo sistema operativo, que si es de sistema, que si es elegante pero sencilla. La Helvética es la salvación, ok, entendido.
-Imagina que no lo abrí, Luisa. ¿Todo bien por casa?
-Nunca lees lo que te mando, tía.
-Las quejas a partir de las 10, por favor.
Después de colgar, la doña a mi costado comentó divertida (o envidiosa):
-Ahora vosotros, los jóvenes, os comunicáis para comentar cualquier tontería.
-Cualquier tontería, señora, así es. Demasiado nos contamos. ¿Será ese nuestro problema?
-Claro que sí. En mis tiempos…
-Perdone señora, pero me bajo en la próxima y quisiera hacerle una pregunta. Usted, ¿en qué se reencarnaría?
​-Vaya, pues no sé. A ver, no, no sé. ¿Ves? ¿Para qué esas preguntas? ¡No hay quien lo entienda! Vosotros los jóvenes pensáis demasiado. Todo os parece digno de ser cuestionado.
-Ya. Ya.
Me despedí de la señora anhelando que tuviera una muerte tranquila y sin remordimientos. Algo para lo que, definitivamente, no necesitaría mis buenos deseos. Me bajé del bus preguntándome en qué me reencarnaría yo, ya que ella no contestó a mi pregunta. Si fuera una tipografía, por ejemplo, pediría al dios de las reencarnaciones ser la Comic Sans y en mi profundo dolor por no ser querida más que por profesoras de jardines de infancia, esperaría llena de paciencia la dura caída de mi mayor enemiga, la «perfecta» Helvética.

Lovemarks, mi culo

5 Jun
enlatado-pechuga-de-pollo-san-fernando-ollasarriba-pe
Una revista de economía peruana a la que sigo regularmente porque su director de redacción está bastante bueno, me envió hace unos minutos uno de sus flamantes newsletters plagados de publicidad.
En fin. Ahí me encontré con un vídeo linnndo protagonizado por un señor medio calvo y feliz.
Este señor resulta ser el «más-más» de la marca San Fernando. Hola señor.
Para los que no la conocen, San Fernando es una marca de carnes muy reconocida en el Perú. El año pasado o el anterior, qué más da, hizo una campaña de marketing a nivel de inversión Caca-Cola que les hizo muy queridos. Este año, sacaron un nuevo producto, por lo visto bastante bueno. No lo he probado.
El caso es que me pongo nerviosa. Me pongo nerviosa, querido lector, porque el nuevo producto tiene un nombre sin sentido: Atún de pollo.
Caballeros y señoritas comunicadores involucrados en el éxito de ventas de San Fernando: el atún es un pescado y el pollo, un ave. Entonces, ¿cómo que atún de pollo? No me jodan.
Lógico que es más fácil para la gente llamarlo así. En Perú casi no se consumen conservas y la única que sí que está en boca de todos es el atún en lata. Pero de verdad ¿es esa razón suficiente para darle un nombre de especie mutante a su maravilloso producto de pollo enlatado?
​Por lo visto, sí. El señor medio calvo cuenta en el vídeo que fue así como decidieron llamarlo porque fue lo primero que dijeron los de la agencia al ponerle nombre a la campaña de lanzamiento. Al darse cuenta de que era así como la gente lo entendía, pensaron que era correcto mantenerlo como habían pensado.
La publi a los pies de la mutación.
Ahora resulta que San Fernando es una lovemark.
Lovemark, mi culo. No le compro ni una pechuga de pavo a alguien que se inventa especies.
Yo me pregunto, acaso la gente que come ese «atún de pollo» no se pregunta nunca si eso que viene ahí dentro de la lata es algún nuevo animalito del señor? Yo llevo un mes buscándole cara al bicho. Lástima que no soy buena dibujante.
​Atún de pollo. El atún cuyo padre es un pollo. ¿Un pollo y un atún hembra?​
​¿Una polla y un señor atún?
​Ahí lo dejo.

El momento perfecto para abdicar

3 Jun
Desde ayer a las 13hrs. reporteros de todos los medios, independientemente de la ideología que tengan, preguntaban a los paseantes lo mismo: «¿Crees que el rey abdicó en el momento adecuado?»
 
A muchos les tomaba por sorpresa la pregunta. ¿Qué coño importa si era el momento correcto o no? No había nada más útil que preguntar.
 
Me pasé la tarde renegando del periodismo. Me pasé la tarde quejándome en silencio de que haya tanta gente dormida. Pero, hoy, después de pasar la noche escuchando sonidos orientales de una aplicación de relax que me descargué al móvil, desperté con otra idea.
 
A ver si va a ser esa una pregunta «trampa». Creo que me enfadaba tanto ayer porque realmente yo no sabría que contestar. 
Imagínate que ayer, a las 5pm por ejemplo, me bajo a por un café y en plena plaza me para un periodista aguarrintoso (no sé si existe esa palabra, pero me gusta) a preguntarme sobre la actualidad. 
Ostia, ¿mi lado vanidoso se preocuparía? Quizás un poco, pero más preocupante sería no saber qué contestar a la odiosa: ¿crees que este es el mejor momento para que el rey abdique?
 
¿Nunca he sabido cuándo es el mejor momento para nada y me pregunta usted esto, periodista hijo del diablo? Seguramente huiría con mi café gritando algo obsceno o fingiendo un desmayo. Quién sabe.
 
El caso es que hoy pensé… 
¿Qué tal si el rey se hubiera esperado a que la izquierda (el partido Podemos, por decir algo) siguiera ganando adeptos en España? ¿No será que el momento de abdicar llegó justo en el límite del cambio?
 
Corre, corre, Juan Carlos, abdica antes de que esto se nos ponga más negro. Ponemos a Felipe al mando ahora que se puede, ahora que hay mayoría y los rojos no nos pueden joder lo suficiente; ahora que papi Rajoy a la cabeza nos apoya.
 
El poder de las flautas japonesas y los bosques de bambú.Imagen

Los locales malditos

2 Jun

Están por todos lados, a plena vista o escondidos en callejones. En barrios pobres, en barrios ricos, en ciudades grandes o en pueblos recónditos. Invaden la geografía universal haciéndose llamar “locales malditos” y estoy segura que existe alguno muy cerca de ti.

Estos curiosos lugares por los que parece haber caído una maldición eterna tienen un olor especial, un tufo sutil a fracaso que sólo podemos reconocer con facilidad algunos superdotados del olfato como yo.

En el distrito limeño de San Borja, al final de la calle donde pasé mi niñez, había una esquina desde la que según yo empezaba el mundo adulto; ese donde los problemas se hacen realidad y se vive siempre al borde de la locura o de la iniciación al culto a Jehová. Pensaba que al cruzar esa calle hacia la avenida Las Artes, «lejos» de la seguridad del hogar familiar, podía perderme, quién sabe si para siempre… y era justo en esa esquina entre la niñez y la horrible adolescencia, donde estaba el primer local maldito que conocí.

Por él pasaron, uno tras otro, negocios que siempre nacían y morían de la misma manera: pasando de la ilusión al miedo. Tiendas de ropa, bodegas de alimentación, negocios de masajes misteriosos, peluquerías y hasta una tienda de mascotas. ¡Esos cachorros tiernos no podían no venderse! Pero sí, de pronto, nadie los quería.

Cosa rara. Abrían sus puertas a la riqueza con ilusión y fuerza. Todos los dueños llegaban con esa cara de tarados que se nos queda a los humanos cuando pensamos «al fin voy a ser millonario». Algunos se esmeraban en la decoración, otros preferían invertir en desarrollar una idea de negocio novedosa e incluso algún listo se esforzó en pagar una campaña de publicidad (estos pinches publicistas), pero ninguno conseguía jamás evitar la caída en picado de sus cifras de ventas, porque señoras y señores, tarde o temprano todo se desplomaba.

Poco a poco se iba creando en el aire el ambiente lúgubre del final de un cuento triste. ¿Empezaban a perder dinero? ¿Se comenzaban a sentir víctima de fraudes, incendios? ¿Veían caer sobre sus cabezas la desgracia de la enfermedad o era la saña de los desastres naturales golpeando con furia especial contra sus setenta metros cuadrados de superficie? Terremotos, asaltos, cualquier cosa podía ser, el caso es que no importaba cómo, siempre terminaban cerrando.

Durante años me he encontrado con lugares malditos dedicados a los negocios temporales que nunca funcionan. De formación profesional, siempre intenté buscarle una razón a su fracaso.

La localización tenía que ser. Pero a no ser que tuviera una razón relacionada a un error garrafal de feng shui, la mayoría de las veces, los locales malditos cumplían con estar bien ubicados, a la vista y paciencia de la gente a la que bien podían llegar y venderles sus productos y servicios como si no hubiera un mañana. (Consumir, cerdos, consumir)

Bueno, pues entonces será justamente eso, lo que venden. El qué y no el cómo nuevamente a la cabeza. Sí, podía ser ese el problema, pero, curiosamente, descubrí que no. Conocí negocios bien pensados, originales incluso, que se iban al garete sin entender por qué.

¿La atención al cliente? no, tampoco. De hecho, creo que el temor creciente a la mierda que se acerca como una peste, volvía a los empleados cada vez más blandos, dulces y serviciales.  ¿Sería acaso la razón del fracaso un mix suavecito de todas las anteriores? ¿Tan suave que llega a ser imperceptible? Puede ser. Pero ante la duda, decidí crear una hipótesis propia, bastante más creíble y sensata para la mente de una persona como yo, pensadora imaginaria donde las haya.

La razón pues, de la caída continuada de las empresas que inician operaciones en un local maldito es algo que claramente escapa del control humano.

Pero, ¡cuidado! dios y su séquito no está para problemas del capital, así que los únicos que podían estar tras esto eran, sin lugar a dudas, los espíritus aburridos del inframundo.

Ellos, en su eterna desidia, no encuentran mejor manera de putear a los humanos que meterse en sus locales y una vez allí, lloran sus penas del pasado y cuentan historias terroríficas a las paredes que, aunque no hablan lenguajes humanos, son capaces de enviar mensajes sutiles a nuestra mente inconsciente.

El ciclo de mensajes malditos permanece por el resto de la vida impregnada en cada metro cuadrado.
Todavía no se ha encontrado una solución a este problema que impacta directamente en el sistema. ¡Qué diría John Smith!

En fin, sí, sí, hazte empresario… pero ojo. Mucho ojo.