Archivo | abril, 2014

Yo pago mis impuestos

14 Abr
Ayer me contaban que en Dinamarca, el 50% del sueldo se va en impuestos. Pero a cambio, tienes sanidad gratis y un montón de beneficios de primer mundo. Según la conversación, acá en España, estaríamos pues como en un segundo mundo y en Perú, como en el tercero. Por ahí alguien habló del cuarto mundo… en fin, ya se sabe, ese gustito tan humano por hacer listas…
No sé quién se inventó lo de los mundos. Siempre me pareció muy estúpido hacer una clasificación simplista de algo tan variado y tremendo como un país o peor aun, una región. ¿Será que el problema básico de este mundo está en la mente «des-unida» de los que lo habitan?
Entonces, mientras hablaban de los impuestos, de lo bien que se vive con el culo helado en los países del norte, y lo mal que funciona el sistema por acá y por allá… yo me puse a pensar en esos impuestos de vida que tenemos que pagar todos sí o sí, sin importar en qué parte del mundo estemos o bajo qué sistema. Esos pagos a quién-sabe-quién de los que no se salva nadie: Los impuestos por el derecho a la vida.
Hoy les hablaré de cuatro de ellos:
El primero y más caro impuesto a pagar es la salud. Efectivamente, es parte de estar vivo enfermarse de vez en cuando. Los humanos creemos evadir este impuesto preocupándonos mucho por no caer enfermos y teniendo a la muerte presente de una manera incorrecta, como máxima fuente de miedo.
El segundo impuesto es el riesgo, en toda su extensión. Inevitable. Evades este impuesto encerrándote debajo de un montón de excusas variadas.
El tercer impuesto es el cansancio. Lo evadimos justificando nuestra pereza con lamentos.
El cuarto impuesto es la desaprobación. Lo evadimos programando nuestras mentes desde pequeños, con el objetivo imposible de ser perfectos ante los ojos del resto.
El problema no es el impuesto en sí, sino nuestra falta de aceptación de éste. Es decir, si aceptáramos nuestra debilidad, no tendríamos que estar intentando evadir la enfermedad, sino que la aceptaríamos como parte de la maravilla que es estar vivo.
Si dejáramos de tener miedo a querer y ser queridos y otros muchos riesgos que tiene la vida, dejaríamos de escapar del dolor que tanto nos enriquece.
Si dejáramos de aceptar la pereza como forma de vida, podríamos tener más valor para hacer lo que realmente nos gusta y así, caería en picado nuestro impuesto de cansancio.
Si pensáramos antes de hablar a los niños con indicaciones que los anulan, dejaríamos de ser un montón de gente que prefiere hacer listas en vez de actuar.
Pagar impuestos es parte de la vida. Pero menos mal, en este único mundo en el que vivimos, siempre podemos decidir cuánto pagar.