¿Por qué a veces le damos importancia a lo que ya no queremos en nuestras vidas? Como yo ahora, que intento dejar de ser lo que soy y escribo sobre ello.
Quizás sea que el proceso de quitarme de encima esta parte horrible de mi que es mi profesión, hace que a ratos necesite un shot de la misma mierda que antes me parecía divertida: la publicidad.
Debo decir que trabajar 8 horas en una agencia tampoco es que aporte mucho a mi rehabilitación, pero estar en España justo en época de crisis, sí. Que me perdonen los susceptibles pero digo sí, porque acá cada día la publicidad da más pena. Si ya de por sí normalmente da pena en cualquier sitio, aquí y ahora, todavía más.
Se acabaron los años dorados de la publicidad española, donde había creatividad (y dinero) para hacer cosas maravillosas que ahora sólo hacen 2 o 3 anunciantes con 2 o 3 agencias millonarias. Esas épocas en que yo estudiaba y los profesores se enorgullecían de todos esos spots que ninguno de ellos había hecho.
La misma España, donde hasta hace algunos años vivía gente con ganas de creer en las campañas publicitarias, porque «qué rico es todo cuando no nos falta nada» y podemos dormir en paz pensando que acabaremos todos bien jubilados viajando en verano a alguna playa del sur, ¿no? Igual de rico que tragarse todo lo que a uno le echan encima en la caja tonta cuando se llega bien a final de mes y puedes comprar casas y coches y ¡alaaaa! ¡despilfarro!
Siempre he pensado que la publicidad es el reflejo de qué tan jodida o en auge está la economía en un país. Entonces, si me teletransporto al Perú de los años 90 veo anuncios tipo Aurgi por doquier, pero si enciendes la tele hoy en cualquier casa de Lima encontrarás cosas con más calidad, signo de la bonanza que se vive allá. Calidad igual de vacía por cierto, pero al menos sin tufo a estoy hundido en la miseria. Veo eso y a los papi-cerdos pedantes de la publicidad rebozándose en barro cuando reciben sus premios cannes, sus ojos de iberoamérica y demás reconocimientos. Porque si algo los caracteriza es ese ego lastimero que les hace pensar que cuanto más raros se ven, mejores son. Es tanto así, que casi que se puede intuir el PIB de un país con 5 minutos de exposición publicitaria. En la España de antaño veíamos cosas mejor pensadas, trabajadas con la tranquilidad que es fruto de esa falsa calma que nos llena la boca cuando todo va bien.
Y a pesar de querer quitarme de esto y de pensar que hago bien en despedirme de mis años de publicista viviendo en un país en crisis, le doy importancia a un maldito anuncio de televisión: el de Frenadol. Simplemente una reflexión: si hubieran puesto a una mujer en el lugar del hombre y viceversa estoy segura que las feministas ya habrían imputado a la marca. Entonces, ¿Dónde están los machistas cuando hay que quejarse?
Hoy estoy peleona pero prometo salir de mi letargo pronto y lograr que este sea el último post que haga referencia a publicidad, publicistas y demás…
Y ya de paso, aprovecho para dejarles este vídeo de uno de mis ídolos Berto Romero, donde también se queja de la publicidad, antiguamente conocida como «publi» y digo antiguamente porque los diminutivos mejor los dejamos para los queridos.