Archivo | noviembre, 2013

Si yo fuera princesa

27 Nov

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Me desespera el cotilleo y el hablar por hablar de la gente. Los reality shows de aspirantes a famosos, los famosos de verdad, la señorita laura que no merece ni la mayúscula en la ele de su nombre, los casi famosos, los que nacen famosos, los que se hacen famosos de pronto y se quitan rápido, los paparazzi de vocación y todo lo que rodea al mundo del «corazón». Por ejemplo, si compro en una tienda y me entero que un famoso compra ahí, ya no voy más. A ese nivel. Si estoy en un bar con una amiga y decide ponerse a hablar de alguien famoso, mi cerebro empieza a imaginar cosas con el fin de bloquear toda esa información automáticamente etiquetada como inservible.

En fin, me molesta esto porque soy una pesssada. Porque me aburre el chisme y la vida de la gente sin un contexto interesante y tras un periodo de profunda introspección, he llegado a la conclusión de que esto se debe a que no soy de la realeza. Porque si yo hubiera nacido princesa, definitivamente me encantaría el chisme. O Duquesa, o archiduquesa. Pero como no fue así y como tampoco me esmeré en ser famosa (no formé parte de un accidente aparatoso ni nací con un don para la actuación o algún deporte como el boxeo) siempre he preferido mantenerme muy alejada de todo lo que no me incumbe. Ahí donde me llaman voy y donde no, ni me lo pienso. Me ocupo de mi vida y trato de no juzgar nunca a los demás, no por un tema de valores sino simplemente porque me da muy igual.

Pero como decía, si tuviera apellido real ¡otro gallo cantaría! (como este que anuncia que Cristo viene). En ese caso, en el de ser princesa, el chisme sería parte de mi día a día porque tendría que recurrir a las revistas y programas del corazón para enterarme de la vida de mis allegados principescos y para darle un toque extra de diversión a la mía.
De hecho contrataría a varios periodistas (súper guapos todos ellos) para que me leyeran (desnudos) las últimas noticias. Además, compraría un cohete para irme de viaje al espacio con amigos cada víspera de mi cumpleaños y tendría la cocina mejor equipada del planeta llena de robots y hornos supersónicos. Prepararía tartas gigantes y las mandaría a pueblos recónditos para aumentar mi nivel de famosidad y publicaría mi propia revista con las verdades de los cotilleos de los famosillos que jamás llegarían a alcanzar mi nivel de glam. También me haría un clon para que haga las tareas de estado mientras yo me deba ocupar de mis excentricidades y mandaría cartas de amor a simples mortales sólo para confundir; luego, miraría sus caras en las portadas del Hola! o de alguna de esas revistas horrendas que jamás compraría, ni aun siendo princesa, porque entonces me las regalarían fijo.

También aprovecharía de tener un huerto enorme donde cultivaría todo tipo de hierbas y alimentos y compraría una isla-paraíso-del-placer para llenarla de gente especial y sencilla que necesite vacaciones. Haría un sorteo en la tele, conmigo de protagonista, con capa, corona y silla de princesa para elegir a los nuevos enviados. Así por fin serviría de algo mi don especial de detección de gente buena.

Ahora que lo pienso, creo que nunca me quitaría la corona y la capa.

¡Ah! también tendría mi propio perfume y lo regalaría a cambio de recetas novedosas o ideas divertidas.

Volviendo a mi realidad, no nací princesa (lo sé, sé que lo sientes, yo también a veces lo siento) Y tampoco soy famosa. De hecho, lo más cerca que he estado de la fama fue a mis 10 años cuando gané un concurso de ajedrez local y otra vez a mis 20 cuando salí en un anuncio de shampoo del que me arrepentiré siempre.

Pero en la intimidad, amigo lector, soy más que eso. Soy la reina de mi vida y de mi historia. Aunque suene a cursilada barata, lo soy. Con mis locuras y más; porque a cualquier nivel, con un poco de imaginación, una puede ser princesa Disney si quiere, sin necesidad de salir nunca en revistas.

Por cierto, esto fue lo que inspiró este post http://www.elmundo.es/loc/2013/11/27/5295b48a63fd3d8e458b4597.html

La sin amigo invisible

26 Nov

Ayer estaba muy hasta el culo de la vida, así que me dejé llevar al hoyo, hasta sentirme felizmente invadida por el conocido sentimiento universal de asco al lunes.

Sin poder hacer nada contra ello, me vi a las 10 de la mañana escuchando reggae llorón, a las 12 escuchando jazz llorón y a las 2 comiendo habas tibias.  A eso de las 3 intenté dormir, me eché unas cuantas mantas encima pero no conseguí  calentar mis pies (ni dormir, por supuesto).

Al rato volví al trabajo, pasé por el bar y me crucé con el chico guapo de las 4 de la tarde. Ni media sonrisa. Su cara de príncipe encantador me vale madre los días como ese.

A las 7 salí de la oficina, me fui a casa como que sin pensarlo, dejando a mis piernas jugar a ser cerebro por un rato y sin darme cuenta llegué a un lugar nuevo; nuevo para mí porque, según me contaron después, lleva toda la vida abierto al lado de mi casa. (¿?)

Tan tremendo y maravilloso descubrimiento acabó con el sentimiento universal de asco al lunes. Se trataba de un supermercado resultado de una mezcla brujil entre bodega de barrio desordenada y gran superficie fría y bien surtida. Paseé por los pasillos cantando las canciones del hilo musical, bastante más moderno que los estantes y de pronto tenía ya toda la energía del día que no había gastado, concentrada. Las patatas de bolsa y las aceitunas bailaban conmigo y yo claro, me puse hiperactiva. Ahora tenía demasiada fuerza para las 3 o 4 horas de vida artística que me quedaban de lunes.

¿Por qué siempre me pasa lo mismo? ¿Qué haría ahora con esas ganas? Eran las ocho y yo quería irme de fiesta en plan muy guarro, comer en plan man vs. food, bailar como si no hubiera mañana y hasta trabajar. Empecé por sermonearme con esto de ser adulta y decidí canalizar mi energía en quehaceres del hogar. (A.bu.rri.da)
Así que al llegar a casa, ordené la compra, puse un par de lavadoras, limpié mi habitación y empecé a cocinar una sorpresa para mis compañeras de piso.

Todo con tal de evitar salir corriendo por la Diagonal como una loca (sí, para mi los que corren por esa avenida, no sé porqué, me parece que están todos locos) Después de cenar, me senté en el sillón a ver recetas de 30 minutos de Jamie Oliver, uno tras otro, como una posesa. Ahí enamorada perdida del inglés, que si no nombrara a su esposa de vez en cuando, sería mi hombre perfecto.

No sé para qué cuento esto. De hecho el titular del post de hoy empezó siendo “el amigo invisible” pero como este año no participo en ningún amigo invisible, me pareció un poco triste escribir sobre ello. Iba a terminar pareciendo que pedía desesperadamente que algún extraño me integrase en su sorteo navideño. Y no, la verdad es que no quiero tener amigo invisible. Gracias pero este año no.

El caso es que mi lunes se acabó, como todo en esta vida linda. Y hoy amaneció color martes, siempre más crudo y más cabrón porque no sé cómo consigue que nadie hable de él… Nadie se le queja, nadie se interesa por él. Y yo lo odio por ser el día más sin-sentido de todos. El que borraría de la semana laboral si fuera elegida presidenta.
Me jode tanto el martes que no tengo ni ganas de escribir, además todavía no son las 8.

Titi para Bolivia, Caca para Ronald

25 Nov

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¿Es atrevido escribir sobre un país en el que nunca estuve? Intenté no hacerlo porque me criaron las monjas y lo de ser atrevida se supone que está mal. Lo intenté y lo intenté, pero no pude:
Así que ayer, a eso de las 3 de la tarde, cuando mis ideas empezaban a ordenarse después de dormir como una morsa, leí que en Bolivia ya no hay Mc Donalds. En la nota hacían referencia a un vídeo documental donde, después de consultar a todo tipo de profesionales súper interesados en esta cagada de tema (¿?) se concluía que la razón por la que ya no se podía comer Big Mac en Bolivia era que simplemente la cultura del país no había hecho clic con la modernidad de tan maravillosa creación de la evolución humana.

Los de Mc Donalds, pobrecitos, lo intentaron todo: hasta pusieron salsas autóctonas a sus hamburguesas para que los bolivianos se las comieran. Pero según el análisis, los indígenas se resistieron por no saber apreciar las delicias del primer mundo.
Yo, repito, nunca fui a Bolivia, y lo poco que sé es Titi para Perú y Caca para Bolivia, chiste malo que te repiten hasta quemarte el cerebro cuando eres niño. Siempre me pregunté si les dirían lo mismo a los niños bolivianos: Titi para Bolivia, Caca para Perú. Seguro que sí.

En fin, se fue Mc Donalds de Bolivia. ¿Me da alegría? ¿Orgullo regional, quizás? ¿Cómo te sientes, Daniela, con esta noticia? me pregunté a mi misma ahí tirada en la cama apestando a cigarro. Pues… no lo sé me respondí, pero curiosa seguro. Me dormí un rato más y soñé que cruzaba el Titicaca nadando entre animales gigantes, llegaba a la orilla en territorio peruano donde me esperaba Ronald McDonald malvestido, triste y cagado de frío, con una bolsa grande llena de McNuggets que gritaban con voces de ultratumba: Cómeme, cómeme, cómeme. Del cielo empezó a caer salsa de ají y todos nos desintegramos lentamente.

Cuando me desperté recordé que una vez hace muchos años en Lima, conocí a una boliviana, amiga de una amiga. La llevamos de turisteo por Larcomar: una tía de metro ochenta, rubia de revista, guapa y con todos los pelos en su sitio. Aburridísima. Hablaba mitad alemán, mitad español porque buena parte de lo que decía eran apellidos familiares: Es que en La Paz, mi tío Frederick Wittgestein se casó con la hija de los Oppenheim y montó una fiesta que… en fin, una pija de mucho cuidado.
Si fuera por ella, que resucite Hitler y extermine a todos los nacos de su ciudad porque aj, ¡esa gente es lo peor!
Después del paseo con la boliviana llegué a mi casa con más ganas de vomitar que si me hubiera comido tres Mc Pollos.
Estoy segura que esta chica a la que jamás volví a ver, se sintió triste cuando se enteró de esta noticia. Estoy segura de que odia a Evo Morales y sus jerseys de lana de colores.

De lo que no estoy tan segura es de lo que dicen los medios sobre el tema.

Y como no les creo nada, me puse a rebuscar entre los comentarios de la gente al respecto. Algunos decían que no se trata de una falta de apertura por parte del pueblo boliviano, sino que simplemente los precios eran excesivos. Otros dijeron que la realidad es que en el país se vive un rechazo brutal a lo norteamericano por parte del Estado y que es esto lo que anima la retirada de compañías gigantes como esta o la Coca Cola.

Motivos válidos o no, nunca sabré cuál fue la razón porque seguramente fueron varias. El caso es que me jode, me jode y rejode profundamente que se esmeren en decir que el motivo por el que McDonalds no funcionó en Bolivia es la falta de «algo» en la gente de ese país. ¿Falta de qué? Falta de nada.

Púdrete Ronald Mc Donald.

Sobre apestar y elegir ser publicista

22 Nov

Dicen que el baño es un lugar excelente para el desarrollo creativo. Hay gente a la que se le ocurren ideas maravillosas mientras….
Yo, en cambio, soy más de la creación bajo el agua.

De niña imaginé tantos anuncios de jabones como duchas me di, que no fueron muchas, porque tuve una época muy, muy guarra: me mojaba un poco el pelo y dejaba el agua correr, me perfumaba y al rato salía del baño gritando “ya estoy limpia”.
Es rico apestar cuando eres pequeño. Como un primer encuentro con tu condición humana.

Pero de vez en cuando sí que me duchaba (por esto de no levantar sospechas) y entonces imaginaba jingles publicitarios para vender shampoo, cremas y esponjas de baño, siempre de distintas marcas, dependiendo de la oferta del mes. Era una ruleta, ¡nunca sabías qué marca tocaría! A veces pienso que si hubiera tenido una madre obsesionada con comprar una sola marca, no habría tenido que hacer tantos “anuncios” diferentes y me hubiera terminado dedicando a otra cosa. Qué cruz me dejaste, mama.

Curiosamente en mis años de trabajo, nunca me han tocado  marcas de shampoos. Menos mal Dios todavía tiene clemencia conmigo.

Resulta pues, que cuando quedaba un año para salir del colegio (para ese entonces ya me gustaba oler bien, por cierto) me empezaron a preguntar todo el tiempo que qué quería estudiar. En esa época mi afición habría sido dedicarme a investigar anatomía masculina o procesos de producción de cualquier bebida alcohólica que se tercie, pero como nada de eso se ofertaba en la universidad y en la Lima en la que crecí, la clase media SIEMPRE tenía que hacerse profesional para poder ser “alguien” y no dejar llorando a toda la familia, empecé a buscar respuestas.

En esos años se empezaban a poner de moda las charlas vocacionales, los test vocacionales y los talleres vocacionales. Todo igual de inservible. Yo creo que como era novedad, aun no lo tenían dominado. A mí por ejemplo, un mes me decían que podía ser ingeniero industrial y al otro que mejor estudiara veterinaria. Los tests y las charlas a las que asistí fueron muy variadas. Durante un tiempo mi padre se obsesionó con convertirme en arquitecta así que le di gusto y fui a la charla de arquitectura. Yo jamás me había fijado en la estructura de ninguna casa excepto la nuestra y sólo para analizar cómo saltarme las rejas sin hacer ruido cuando volvía de fiesta después de la hora permitida. Volví de esa charla con pena por decepcionarlo, aunque poco a poco fue abandonando el sueño de la hija arquitecta y empezó a decirme esa frase derrotera de “ya haz lo que quieras”. Derrotado pero divertido porque saberme indomable sé que siempre le hizo reír a solas.

Mi madre en cambio, más romántica que Sergio Dalma, me dijo a escondidas que me dedicara a escribir. Me dijo que no importaba si era pobre después y nadie en la familia lo entendía. Estudia Literatura, es lo que te gusta, toda tu vida has escrito.

Error. Me gusta escribir pero no soy una devora libros y la idea de tener que leer montañas de textos que no considere buenas, me mataba las ganas de estudiar letras.

Asistí a talleres de diseño, de negocios, administración y alguna que otra cosa más por mera curiosidad pero aun así, no conseguía decidirme.

Entonces en uno de estos días tontos, debía de ser domingo, me acordé de mis duchas largas haciendo anuncios y dije: seré publicista.
Y fui a las charlas y me dejé enamorar.

Y entonces se jodió todo.
La moraleja de mi vida: hasta un test vocacional tiene más valor que yo en un día tonto.

Los bailarines zombies

20 Nov

Las discotecas pijas son igual de pijas en todos los países. Asumo que hay diferencias y niveles de pijerío, pero para mí es todo el rato más de lo mismo: colas de espera interminables aunque el sitio esté vacío, guardianes de entrada que parecen disfrutar de su trabajo sólo cuando dejan entrar a sus amigas rubias de turno, modelitos similares aquí y allá… en fin, un circo lleno de colores, lentejuelas, iphones y mucha coca.

Debe ser que para mi todas son iguales porque no soy parte del grupo… nunca me salió el tono de voz  pituco y nunca llego a fin de mes con suficiente «cash» como para ir a comprar ropa cara porque me gasto el dinero en desayunos magistrales y vino. Culo e hígado cuidados por igual.

Pero, a pesar de esta carencia, mi capacidad de observación es suficiente para detectar perfiles discotequeros y les aseguro que el tema da para un post, o dos si me pongo… ya veremos.

Llevo meses dedicándome a subir a las zonas altas de las pistas de baile de los clubs más «super guays» de Barcelona fingiendo que estoy dándolo todo, solo con la finalidad de confirmar mis hipótesis sobre algunos seres de la noche. Abro paréntesis: para los poco entendidos, las zonas altas son esos espacios pensados para que los cazadores de borrachas detecten presa con más facilidad y eficiencia.

Para presentar mi primer perfil discotequero les haré una pequeña consulta: si vas a una discoteca, vas a bailar ¿no? y si vas a bailar… entonces necesitarás moverte… si has de moverte, ¿por qué carajo te pones zapatos que te lo impiden? Respuesta: Porque te has convertido en un bailarín zombie.

Comprobé la existencia de estos la semana pasada en un afamado club de la ciudad. Lo primero que pensé es que la gente usa zapatos tan descaradamente incómodos que se convierten en zombies: todos hacen los mismos movimientos que consisten en mover ligeramente el cuerpo para aparentar que están bailando pero sin pasarse y sin dejar de poner cara de casi-que-quiero-sonreír-pero-me-matan-las-patas.  A ratos tienen arrebatos de vitalidad, quién sabe porqué, y se arrancan a levantar una mano en señal de aprecio al DJ. Inmediatamente después el dolor de pies resurge y ellos vuelven a su estado natural de ultratumba.

Ustedes se preguntarán que cómo es que los pude distinguir y yo les cuento, fue muy sencillo, me fijé que en las discotecas la gente es más alta que en la calle o en el metro; esto ya me hizo sospechar. Luego procedí a establecer contacto con ellos en su entorno natural y así descubrí que aunque los empujes, casi ni se inmutan. Además, si los miras a los ojos notarás que todos tienen el mismo gesto, como de pesadez de cuerpo, lo que me hizo pensar que quizás sea otro de los efectos de su transformación.

Una lástima los zombies bailarines, ¡con lo rico que es moverse de verdad!

Otro perfil discotequero es el del estilista. Que además hace poco descubrí que también es un puesto de trabajo.  Los estilistas son gente especial sin ningún tipo de clemencia por la humanidad… son como… la mano dura del glamour.
Personifican el temor de cualquier padre de familia que se preocupe por la felicidad de sus hijos feos. Su labor es hacer mierda a la gente que ellos consideren poco agraciada. Claro, ¡¡¡como ellos son tan lindos!!!
Un estilista es una persona con mirada atenta dispuesto a destrozar la autoestima de cualquiera por un salario regular de trabajador de la noche. Los reconocerás parados en la entrada de la discoteca con sus abrigos de piel resguardados por los «puerta». De piernas flacas y gesto sutil de pasarela de NY, tienen una facilidad natural para mandarte de vuelta a casa humillado con sólo una mirada. Los más amables cuando te dicen no con la cabeza, te regalan una cuerda «por si te hace falta»…

¿Cuándo la gente dejará de esforzarse tanto y empezará a divertirse de veras?
¿Cuándo la fiesta dejó de ser una FIESTA?

Como sería el mundo si todo costara un euro

19 Nov

Martes de confesión: soy adicta a los chinos. Sé que a muchos les pasa, por eso me atrevo a contarlo.

Desde que entro, ¡no! desde que estoy cerca de entrar a una de sus tiendas, siento ese olorcito a juguete nuevo que me encanta y me atrae como no se qué o qué. Entro y saludo; la china o chino siempre tienen su mostrador en la entrada. Normalmente están sentados viendo televisión china o escuchando música china.
Me caen bien porque no les intereso para nada. No quieren saber qué carajo necesito, no tienen la mirada del comerciante ansioso por saber si vas a comprar algo o no. No me odian si no les compro nada porque saben que igualmente son siempre necesarios para muchos otros.

Ellos están ocupados con su telenovela que sólo ellos entienden y mientras tanto, con su tercer o cuarto ojo (yo sé que tienen más de dos) miran de pasada las cámaras de seguridad. Pero no, jamás se me ocurriría. A los chinos no se les roba, a los chinos se les respeta.

Ojo al chino que trabaja todo el día sin quejarse. ¿Qué me dices de sus jornadas de mil horas sin descanso? En su cultura se apoyan entre ellos, sufren en solitario y son duros como piedras. Para mí son todos Bruce Lee. Merecen tanto mi respeto que no les robaría nunca. En cambio, disfruto.

Entonces entro, saludo y me pongo a pasear. A ratos cierro los ojos, camino un poco y los abro de pronto intentando adivinar qué encontraré frente a mi: ¿Será un cojín feo? ¿Quizás un producto de limpieza radioactivo? ¿una caja de plástico multiusos? las posibilidades son tantas que no puedo parar.

El caso es que antes era más divertido todavía porque existían los «todo a cien» (cien pesetas) que ahora son los «todo a 1 euro» en peligro de extinción.

¿Qué les pasa a los chinos que ya no abren más esa clase de negocios? Se están poniendo occidentales, eso es, abren tiendas mejor organizadas con nombres rebuscados y modernones. Están perdiendo su esencia y eso no me gusta. 
Por ejemplo, abrieron hace poco uno cerca a mi casa y yo me emocioné cuando estaban en obras, cómo no, pensando en un chino normal, pero cuál fue mi sorpresa… Se llama «Casa Linda» y se parece tanto a Ikea, que ya veo rubia a la china. Además nada de precios buenos, todo es caro y de excelente calidad.

Me encantaría un “Todo a un Euro” donde de verdad hubiera de todo. Si tengo hambre, voy al todo a un euro, saludo a la china y me llevo un sándwich de pan de plástico. Me lo como mientras recorro pasillos desordenados y compro bombillas a un euro, cestas a un euro, bragas, máscaras a un euro… todo, todo y todo lo que pueda imaginar.
Si en el mundo todo costara un euro, habría más igualdad y nos reiríamos más. Dejarían de existir los bailarines zombies en las discotecas y a nadie le faltaría nada.

Los ricos se irían todos a una isla especial a llorar sus penas y nos dejarían a los terrícolas simplones con nuestro incienso barato y nuestros adornos cutres de 1 euro. Todo volvería a ser perfecto.

Así que, chino amigo, te pido ayuda en nombre del mundo. Estamos en tus manos.

Recomiendo la zona del Eixample de Barcelona, excelente para invertir en este tipo de negocios 😉

El pisco es mío

15 Nov

Estoy tan jodidamente vaga hoy que sólo alcanzo a imaginarme. Y ahí estoy pues, tirada en una hamaca en medio del paraíso, mirando el mar con un hombre a cada lado. ¿Quieres más cerveza, mi amor? Y mágicamente mi hombre “A” convierte un poco de arena en una Vol Damm heladita. Mi hombre “B”, para no quedarse atrás, me va echando aceite en las piernas.
Aceite, sí, porque en mis sueños el sol no hace daño a la piel.

En mi fantasía casi erótica de viernes por la mañana hago una repentina modificación: la Vol Damm por un chilcano de pisco, con su limón y sus hielos, el toque justo de azúcar y ginger ale. Mi cóctel perfecto. Ahora los tres compartimos mi chilcano con cañitas de esas largas. Qué generosa estoy.

El sueño se vuelve todavía más dulce cuando escucho de fondo “lovefool”. Cantamos y yo me vuelvo a sentir tierna como cuando a los quince años. Love me, love me… say that you love me.

En fin, el caso es que no, no estoy en una playa, de hecho, ni siquiera es verano donde vivo y por si fuera poco, me esperan 7 horas de jornada intensiva rodeada de mujeres.

Pero mi fantasía tiene su lado positivo porque me hace recordar algo que leí esta semana: la Comisión Europea ha dicho que el Pisco es Peruano.

Léase, no chileno.

La mitad de la peruanos que “conozco” compartió la noticia ahí donde pudo con una ansiedad indecible, todos babeantes de un orgullo patriótico que quizás jamás podré terminar de aceptar.
Tengo unas preguntas ¿de qué nos sirve a nosotros, simples mortales borrachosos, saber de dónde es el pisco? ¿para fardar? ¿para tener un nuevo argumento en la interminable pelea Perú – Chile? ¿es que acaso sabiendo de dónde es el pisco te emborrachas más rápido?
Aquí va un ejemplo: el otro día fui a una fiesta y una amiga me presentó a una chica bajita y con cara de buena onda. Me dice entre gritos “Ella es Flor, la que te dije que da masajes a domicilio”. Al instante me imaginé disfrutando el masaje en un ambiente con olor a aceites esenciales, hasta que mi amiga suelta chillando en mi oreja “¡es chilena!” 

Yo me acerqué a Flor y dije “¡yo soy peruana! encantada” como para enfrentar nuestra realidad de una vez.

Sus ojos y los míos se cruzaron por una fracción de segundo con gesto de “ostiaaa…” y no por ser partidarias de la guerra estúpida entre nuestros países, sino por temor a que la otra lo fuera.
Mi imagen mental del masaje perfecto cambió y me vi a mi misma echada boca abajo mientras ella sigilosamente sacaba del armario un cuchillo afilado para partirme a cachitos.
Quizás ella esté más cuerda que yo y no tuvo ninguna alucinación repentina cuando supo que yo era peruana, pero estoy convencida de que al menos algo sintió.

Gracias a Dios o al DJ que en ese momento eran lo mismo, supe que Flor y yo habíamos podido arrancar de nuestras mentes debilitadas por los ascos de la sociedad, todos los prejuicios contrarios a lo que podría llamarse una sincera y amable vecindad Peruano – Chilena así que pudimos hacer que esa fracción de segundo de tensión se diluyera sin más.

Basta ya de ponerle nacionalidad a todo para luego tener más con qué pelear. Si no eres un exportador de pisco o algo así, sé sincero y no digas que esta noticia es importante para ti, porque no tiene sentido que lo sea.

Es más, peruano amigo, chileno amigo, sí, a ti te hablo, invita a tu casa a tu vecino chileno o peruano y compren un pisco de cada país. Retiren las etiquetas y háganse un trago con cada uno. Si al menos saben distinguir cuál es cuál (después de haber tomado previamente unas tres copas de pre-calentamiento) escríbanme para hacer realidad mi fantasía de hoy. Pero si no lo consiguen, será que tengo razón con lo que digo.

El pisco es mío porque es nuestro.

¡Salud, pó!

Sobre el huevear y sus bondades

14 Nov

Sobre los huevos mucho se ha escrito. Que si alimentan, que si dan cáncer, que si no hay que afeitarlos, que si la yema sube el colesterol y la clara te pone cachas.

De lo que no se escribe mucho es del hueveo como acción primerísima de la historia de la vida humana.

A mí por ejemplo, me encanta huevear. Y de hecho, es una de mis palabras favoritas de la jerga peruana; siempre que conozco a un no «peruano-hablante» intento mostrarle sus múltiples acepciones y significados con el fin de enamorarlo del término y sus derivados. A veces nada me hace más feliz que una persona extranjera diciendo «¡Qué huevada!»

El huevear para quien no esté familiarizado, es la acción de no hacer nada importante.

Nada importante porque huevear ya es en sí misma una acción bastante importante.  Y de eso quería hablar hoy. Ahora bien, no hay que confundir. Huevear no es únicamente quedarte tieso en la cama o en el sofá con la mente en blanco. Huevear puede ser por ejemplo, quedarte tieso en la cama contando las arañas del techo. Se trata de cualquier acción que no requiere mucho esfuerzo y que misteriosamente, produce un placer excepcional.

Entonces, abro mi agendita imaginaria y en el espacio de calendario veo todo lleno. Me excuso diciendo que me gusta hacer cosas y me apunto a todo cursito que encuentro, invito gente a mi casa, organizo fiestas, en fin… me encanta huevear pero nunca hueveo. Me he ido dando cuenta de que no soy la única persona a la que le gusta llenar su calendario de tareas por hacer (espero tampoco ser la única que tenga una agendita imaginaria)

Y hoy venía caminando de mi casa al trabajo y recordé esto que me ronda la cabeza hace unos días: la importancia de encontrar el equilibrio perfecto entre el huevear y el hacer cosas.

¿Cuándo dejó de ser valioso el tiempo en el que uno huevea? ¿A qué famoso pensador se le metió la idea de que la gente que huevea no sirve para nada? De niña me comieron tanto la cabeza con eso, que me empecé a sentir mal cada vez que mi cuerpo pedía estar ahí tranquilita, boca arriba en la cama cantando alguna canción. Deja de huevear y ponte a estudiar. Ya ya ya, mucha huevada Daniela, ¡haz algo!
Me sentía mal y poco a poco, dejé el huevear más y más en el olvido.

Hoy reivindico eso que nunca debimos dejar de valorar. Hay que huevear señores, sino la vida se convierte en una perfecta huevada. Hay que darse un tiempo para aburrirse y revivir la pesadez y el tedio adolescente de vez en cuando. Hay que buscarle un hueco a la nada porque eso significará que nuestra “nada” nos sigue gustando.

Algunos adelantados pensarán en los riesgos de incursionar en el hueveo.

Calma. Lo de que la pereza es la madre de todos los males puede que sea verdad, sí, no lo niego. Mi abuela lo decía mucho y algo de crédito le doy a la mujer; pero para mí, el hueveo está más cerca de ser el padre de la creatividad que el progenitor de la maldad. Si estoy perezosa, no sé ustedes, pero no me da por imaginar maneras de matar pollos. Si fuera así, mi problema no sería exactamente el exceso de hueveo.
Psicólogos amigos de este blog corroboran esta última afirmación. Aprovecho para agradecer la desinteresada colaboración.

Así que padres del mundo, dejen a sus hijos huevear. Hueveen con ellos. Permítanles hacer sus huevadas con soltura y alegría y no los llenen de culpas que luego los convertirán en unos huevones… porque en la vida hay que saber desconectar para conectar luego con uno mismo de nuevo y no conozco manera más linda que ésta.

Y a aquellos perdidos como yo, que no tuvieron la suerte de tener padres cordiales que consideraban el hueveo como parte integradora de la personalidad, medio de desfogue creativo y reencuentro espiritual, atrévanse a disfrutar hueveando. Y como si las huevas, comenten con familiares y amigos lo rico que se siente, para que todos empecemos a huevear un poco más y nos dejemos de tanta huevada.

El éxito

11 Nov

Corre por las redes sociales, como muchas otras cosas corredoras-corrosivas-corredizas, una nota de algún astuto periodista de Internet que se titula: “5 cosas que la gente exitosa hace antes de las 8 de la mañana”

¿Antes de las 8 de la mañana?… Perdóooon, ¿en qué etapa de la vida? ¿quizás en la infancia cuando tu único cometido es fastidiarle el sueño a los demás?

Hice “Pffffff” (en mi mente, porque estaba en horario laboral). Mi actitud de descrédito fue automático  pero se dejó vencer por mi lado comprensivo. Así que abrí el link y leí la nota, no sin antes sentir rabia de regalarle un click a tremenda tontería.

Entonces, a ver pues… ¿Qué hace la gente exitosa antes de las ocho, señor periodista?  Leída rápida que tampoco es para tanto. El CEO de Disney  se levanta a las 4:30… vale. Los exitosos hacen ejercicio, planifican su día, desayunan saludablemente, visualizan y empiezan por el trabajo duro.

Mi primera reacción fue la duda ¿esta gente no va al lavabo? ¿será que no les da tiempo? ¿ninguno hace el amor por la mañana? ¿se levantan tan pronto y no les da por ver el sol salir? Debo ser una romántica.

Segunda reacción: bueno, no está tan terrible, aunque esperaba algún dato curioso más del estilo “La gente exitosa ve el canal del tiempo…” (siempre me parecieron especiales las personas que nunca se olvidan el paraguas o que siempre van tan abrigadas como el clima lo requiere; seres especiales a los que jamás se les recuecen los pies ni pasan frío) o algo tipo “La gente de éxito se lava los dientes con cariño” (fantaseando con un tipo importante al que están haciéndole una entrevista en alguna revista súper top y hace ese gesto de me va bien, y lo sabes, acompañado de la sonrisa, si no perfecta, casi casi perfecta que tiene la gente que se lava los dientes con cariño. Gente que habla con sus dientes, gente en constante conexión con sus papilas gustativas…)

En fin, nada de eso. Nada de lavarse los dientes, nada de ver el tiempo, nada de pegarse una ducha con agua fría… nada de sexo, nada de mimos, nada de lo que yo habría dicho.

Pero ni lo que yo pensaba ni lo que la nota decía me parecían ideas suficientemente válidas para un artículo de revista con tremendo titular.

Subjetividades aparte, aquí mi sincero pensamiento: deberían estar prohibidos esta clase de artículos. Facebook, por ejemplo, con todo su poder sobre las mentes de millones de usuarios, podría prohibirlos. Google podría prohibirlos. El papa Pancho podría prohibirlos. Rajoy “boquita de chocho” podría prohibirlos. Y nadie lo hace. Nadie.

¿Que por qué prohibirlos? Porque sí, porque ahí te dejan, a media mañana, con la imagen del CEO de Disney, sentado en su terraza perfecta (a lo Alicia en el país de las maravillas) tomando un desayuno saludable con Mickey Mouse y hay gente que se queda para siempre con la duda de “¿será que por despertarme a las 9 y media mi vida es un fracaso?”

Nadie piensa en la gente que es débil ante este tipo de artículos. ¡Que nos dejen ya en paz por favor! Hay personas sensibles a estas cosas. Es posible que hoy alguno se vaya a drogar a las 7pm para mañana despertarse a las cinco a pelarse un kiwi para desayunar. Seguro que hay cosas más interesantes de saber sobre el CEO de Disney que la hora a la que se despierta.

Lo que quiero decir es, que sean las 10 o las 8 o las 4:30 de la mañana, con Mickey Mouse o sola, una persona es todo el rato la misma. Todo el día, a las 8 de la tarde y a cualquier otra hora. Igual de maravilloso, igual de talentoso, igual de único. Hay quien se levanta pronto y hay quien se levanta al mediodía. No sé qué tanto lo define esto pero lo que tengo claro es que mi pensamiento dista mucho de un listado de «to-dos» predefinido.

Mi visión es despiértate cuando quieras, pero con ganas. Consigue eso cada día y serás exitoso porque el único éxito sincero es tu felicidad, como sea que la quieras definir.

Feliz jueves. Me voy a dormir, hasta las 8:35, a ver qué pasa.