Tengo muchas cosas en la cabeza y una sola mano para escribirlas, así que me tomé un tiempo para intentar ordenarlas antes de empezar. Fue inútil. Cuando me pasa así, le llamo «escritura terapéutica», cuando no, es simplemente placer o ansias de expresión.
He estado pensando mucho sobre el miedo, una de las 4 emociones básicas, junto con la alegría, la rabia y la tristeza. Dicen que para identificarlas en uno mismo es absolutamente necesario hacer un esfuerzo consciente.
¿Qué siento? ¿Es rabia? ¿Es pena? Al cabo de un tiempo, el ejercicio se interioriza y se vuelve automático.
Es el miedo la emoción más peligrosa de todas, la que puede ser capaz de paralizarnos, confundirnos, minimizarnos, engañarnos y destruirnos con más facilidad. Incluso a veces pienso que puede ser predecesora de alguna otra de la lista o de todas, quizás.
¿Qué hacer con el miedo? ¿Qué hacer cuando descubro con toda mi capacidad que mi existencia es finita y que pronto seré nada? ¿Qué hacer cuando me descubro sola ante tan desgarrador pensamiento? ¿Qué pensamientos pueden aplacar la presión que siento en el pecho cuando reconozco la legitimidad del momento en que tendré que decir adiós?
¿Qué hacer con el miedo?
¿Cómo dejar de sentirlo sabiendo, que al menos una vez más, el destino me sorprenderá con dolor? Volveré a sufrir, sin duda y quizás más intensamente que en mi peor recuerdo. ¿Cómo ser sincera y reir conociendo estas verdades?
Tiembla cada parte de mí ante la vida imparable.
He pensado mucho sobre esto, he leído, conversado y observado en distintos tipos de personas que me rodean, incluyéndome. Y es tan abrumadora la consciencia de la muerte y el futuro borroso, que nos tenemos que armar de una fuerza tanto o más fuerte que el terror mismo: Dios.
En cualquiera de sus versiones, con base científica, histórica, real, inventada… creer aleja al miedo, tan lejos como fuerte sea nuestra fe.
Para los poco creyentes, hay otro tipo de «fe» que puede pensarse como una ciudad limpia, a la que se llega con resignación primero y luego con aceptación. Es la fe en la eternidad, lejos de la personalidad, lo terrenal e incluso la razón y la consciencia que nos hacen llegar a tomar ese camino.
Es curioso como el desenlace de un miedo consciente es acabar con él hasta volverlo nada. Una emoción que pasó de atentado terrorista a única vía hacia la verdad.