El sábado por la noche la fiesta empezó en mi casa, aunque no tenía mucha pinta de fiesta: al chilcano le faltaba limón, no nos poníamos de acuerdo con la música y alguno de los presentes fue víctima de la comodidad del sillón demasiado rápido.
Mi roomate llegó a eso de las 11pm a la casa, después de un matrimonio en Lurin. Su cara de espanto nos bajó el pisco a los pies. La camioneta que iba a recogerla a ella y a unos amigos nunca apareció, así que decidieron tomar un taxi de la calle en medio de la Panamericana Sur.
El taxista pinchó y al bajarse a revisar llamó por teléfono a sus secuaces «Ya vengan»
Todos bajaron del auto al escucharlo. Tuvieron suerte; Dios tomó forma de combi nocturna y apareció atravesando la carretera, con música parroquiana en vez de cumbia, para salvarlos del asalto.
Mientras Vane nos contaba la historia, me preparé otra copita, ¡alegría! ¡no te pasó nada! ¡tómate una conmigo! (yo ya estaba en otra)
Animé a las chicas, me puse los tacos y salimos a buscar un taxi. Aterrizamos en una discoteca con aspecto de cueva mal armada a la que no había ido antes.
¡El mesero un amor! solo sabía decirme que «no»: me prendo un cigarro y su cara «no», ¿puedo pagar en dólares? «no», ¿puedo jalar esta silla para sentarme en esta otra zona? «no»
Maldito mesero.
La atención terrible, pero igual les sonreía, la música un desastre, pero igual bailaba, el trago muy suave, pero igual me lo tomaba; los hombres muy viejos, pero… no, bueno, es que eran muy viejos.
Apareció un señor con aspecto de muñeco y me reí como una tarada de su cara durante unos diez minutos. Luego volteé a mirar a una de mis amigas… la pobre estaba aburrida así que me acerqué a hablar con ella. Al rato nos vamos.
En la esquina tomamos un taxi a Barranco. ¿A dónde vamos? Ni idea… mmmm… vamos al Tizón.
Entramos. Caminé a la barra con el fin de pedirme un «veneno» como para recordar viejos tiempos. Viejos tiempos que ni siquiera fueron tan buenos como para ser recordados, pero qué se yo, se me ocurrió y cuando estoy de fiesta, hago todo lo posible por hacer realidad mis ocurrencias.
A pesar de mi capricho y gracias a mi incipiente madurez, mientras decidía el color de mi veneno, miré un poco a mi alrededor; noté que estaba metida en un antro… y pensé, ya has venido muchas veces a esto que ahora te parece un antro y te has divertido… (sabe dios que te has divertido) Todos estamos bien al tanto de que es un hueco pero ¿desde cuándo te molesta estar metida en este tipo de lugares?
Quizás desde ahora.
La gente que me rodeaba no tenía buen aspecto y el ambiente olía un poco rancio… no sé qué pasaba ese día. ¿Era yo? ¿Será que la edad había despertado mi oscuro y hasta entonces desconocido lado pinky?
Vámonos.
Nadie refutó así que nos largamos. Unos amigos me habían invitado a un bar cercano, de esos a los que les andan cambiando el nombre por quién sabe qué razón.
Caminábamos las tres, lindas, hacia el bar sin nombre hablando de lo peligrosa que estaba la calle últimamente. Ah si, por acá roban… china despiértate, ¡te estás quedando dormida!
De pronto, apareció un señor diminuto con un cuchillo bastante más grande que su pene (estoy segura) diciendo Dame todo lo que tienes. Se dirigía a Diana, que estaba a mi lado. Mi reacción fue dar un paso al costado e intentar salir corriendo. Di un solo paso; por detrás otro hombrecito descarriado me lanzó al suelo, cayendo de rodillas sobre el cemento. Recuerdo que pensé ahora sí me jodí, no voy a poder volver a correr… mi labial favorito está en la cartera.
Empecé a gritar del dolor mientras intentaba levantarme del suelo. No podía. En un abrir y cerrar de ojos tenía a dos hombres cerca, uno de ellos tirándome del bolso y el otro apuntándome con un cuchillo de cocina, de los feos, por cierto. Me esforcé intentando que no se la llevaran pero era inevitable, cortaron el cuero de la correa y me quitaron la cartera.
Continuará….