Archivo | noviembre, 2011

Que te quiten lo bailao

29 Nov

El sábado por la noche la fiesta empezó en mi casa, aunque no tenía mucha pinta de fiesta: al chilcano le faltaba limón, no nos poníamos de acuerdo con la música y alguno de los presentes fue víctima de la comodidad del sillón demasiado rápido.
Mi roomate llegó a eso de las 11pm a la casa, después de un matrimonio en Lurin. Su cara de espanto nos bajó el pisco a los pies. La camioneta que iba a recogerla a ella y a unos amigos nunca apareció, así que decidieron tomar un taxi de la calle en medio de la Panamericana Sur.
El taxista pinchó y al bajarse a revisar llamó por teléfono a sus secuaces «Ya vengan»

Todos bajaron del auto al escucharlo. Tuvieron suerte; Dios tomó forma de combi nocturna y apareció atravesando la carretera, con música parroquiana en vez de cumbia, para salvarlos del asalto.

Mientras Vane nos contaba la historia, me preparé otra copita, ¡alegría! ¡no te pasó nada! ¡tómate una conmigo! (yo ya estaba en otra)

Animé a las chicas, me puse los tacos y salimos a buscar un taxi.  Aterrizamos en una discoteca con aspecto de cueva mal armada a la que no había ido antes.

¡El mesero un amor! solo sabía decirme que «no»: me prendo un cigarro y su cara «no», ¿puedo pagar en dólares? «no», ¿puedo jalar esta silla para sentarme en esta otra zona? «no»

Maldito mesero.

La atención terrible, pero igual les sonreía, la música un desastre, pero igual bailaba, el trago muy suave, pero igual me lo tomaba; los hombres muy viejos, pero…  no, bueno, es que eran muy viejos.
Apareció un señor con aspecto de muñeco y me reí como una tarada de su cara durante unos diez minutos. Luego volteé a mirar a una de mis amigas… la pobre estaba aburrida así que me acerqué a hablar con ella. Al rato nos vamos.

En la esquina tomamos un taxi a Barranco. ¿A dónde vamos? Ni idea… mmmm… vamos al Tizón.

Entramos. Caminé a la barra con el fin de pedirme un «veneno» como para recordar viejos tiempos. Viejos tiempos que ni siquiera fueron tan buenos como para ser recordados, pero qué se yo, se me ocurrió y cuando estoy de fiesta, hago todo lo posible por hacer realidad mis ocurrencias.
A pesar de mi capricho y gracias a mi incipiente madurez, mientras decidía el color de mi veneno, miré un poco a mi alrededor; noté que estaba metida en un antro… y pensé, ya has venido muchas veces a esto que ahora te parece un antro y te has divertido… (sabe dios que te has divertido) Todos estamos bien al tanto de que es un hueco pero ¿desde cuándo te molesta estar metida en este tipo de lugares?

Quizás desde ahora.

La gente que me rodeaba no tenía buen aspecto y el ambiente olía un poco rancio… no sé qué pasaba ese día. ¿Era yo? ¿Será que la edad había despertado mi oscuro y hasta entonces desconocido lado pinky?

Vámonos.

Nadie refutó así que nos largamos. Unos amigos me habían invitado a un bar cercano, de esos a los que les andan cambiando el nombre por quién sabe qué razón.
Caminábamos las tres, lindas, hacia el bar sin nombre hablando de lo peligrosa que estaba la calle últimamente. Ah si, por acá roban… china despiértate, ¡te estás quedando dormida!

De pronto, apareció un señor diminuto con un cuchillo bastante más grande que su pene (estoy segura) diciendo Dame todo lo que tienes. Se dirigía a Diana, que estaba a mi lado. Mi reacción fue dar un paso al costado e intentar salir corriendo. Di un solo paso; por detrás otro hombrecito descarriado me lanzó al suelo, cayendo de rodillas sobre el cemento. Recuerdo que pensé ahora sí me jodí, no voy a poder volver a correr… mi labial favorito está en la cartera.

Empecé a gritar del dolor mientras intentaba levantarme del suelo. No podía. En un abrir y cerrar de ojos tenía a dos hombres cerca, uno de ellos tirándome del bolso y el otro apuntándome con un cuchillo de cocina, de los feos, por cierto. Me esforcé intentando que no se la llevaran pero era inevitable, cortaron el cuero de la correa y me quitaron la cartera.

Continuará….

Víctimas de una generación

26 Nov

El otro día iba yo metida en un taxi con muy buen humor para mi sorpresa, teniendo en cuenta que era domingo y había dormido poco. Mis acompañantes eran dos mujeres de mi familia, de las veteranas digamos… para evitar ofensas.

Pasando por el óvalo Higuereta, camino a casa de la abuela, empecé a pensar en lo mucho que había cambiado el paisaje limeño en los últimos diez años. Mi primer recuerdo fue el de una ciudad que respiraba peligro y desamparo; basura  en las calles, huecos en las pistas y soundtrack de bombas.

En España es común el término ¨víctimas del terrorismo¨  para referirse a los muertos y heridos por las acciones de ETA. Pensé que definitivamente mi generación fue también víctima de ese mal, pero a la peruana. Pensé también que no solo los golpeados directamente por el terror fueron víctimas; no solo los familiares, sino también todos los que de alguna forma lo vivimos.

Pero no fue solo el terrorismo nuestro mal. La gente de mi generación vivió mucho más riesgo del que se vive ahora y el riesgo es clave.

La sensación después de todos estos pensamientos y comparaciones entre el ayer y hoy camino a casa de mi abuela no fue para nada negativa. Por el contrario, sentí satisfacción. Satisfacción de esa que te llena el cuerpo cuando te sientes en familia, ¿sabes lo que te digo? como cuando había ¨apagón¨ y veía a mamá buscando velas, que luego colocaba estratégicamente por todos lados; y mientras, la mirada cómplice de mi hermano menor,  feliz porque en la oscuridad de la casa todo parecía más divertido. Esos ratos haciendo nada… juntos. Disfrutando de unos padres asustados que intentan que no te asustes. Todos, sin luz, sin tele, sin música, con miedo y en paz.

Misteriosamente en paz.

Pensé en una niña de 7 años yendo por primera vez a comprar sola y los ojos temerosos de su madre clavados en la espalda, desde lejos.

Vas, compras y vienes corriendo. 

Esa sensación de riesgo inundando a la madre y la mirada sucia del dealer del barrio comiéndose con la mente unos pechos todavía  infantiles, morían en la tranquilidad de la niña, feliz por hacerse grande.

¿Por qué no sentía miedo? ¿Por qué ahora, volviendo al pasado, el recuerdo del terror produce satisfacción?

¿Desde cuándo el riesgo espanta?

Más allá de la consciencia ganada con la edad, quizás una razón válida  sea que es imposible sentir miedo cuando el mayor de los miedos es aun desconocido.

Quizás deba hacerse más seguido que cuando la muerte asuste, las víctimas de mi generación miremos atrás para recordarnos niños.

Nostalgia

19 Nov

Era el último año de carrera; ya empezaba el calor cuando unas amigas me avisaron de un pequeño taller sobre creación de blogs. Lo dictaba una chica de no más de 25 años, autora de uno de temas amorosos bastante visitado, cuyo nombre no recuerdo. El objetivo del taller era salir de él teniendo un blog medianamente decente que, con el tiempo, pudiera ser al menos, tan reconocido como el suyo.

Ese día decidí dejar de guardarme las cosas. Estaba en plena etapa de readaptación a la vida, empezando de cero una era que podría decir que hasta ahora, ha sido la más dura de mi humilde existencia. El día anterior al taller, pasé de papel a documento de word todos mis textos favoritos. Servilletas viejas, agendas de años pasados, papeles sueltos… Hice la recopilación y una vez ahí, los publiqué, uno tras otro en lo que bauticé como La Letra de Daniela, un blog de prosa poética con una cabecera de un atardecer.

Progresivamente invité a mis amigos a leerme y así, poquito a poco me olvidé del pasado, ese ¨antes¨ en el que escondía lo que escribía o lo desechaba porque no era lo suficientemente perfecto para unos ojos demasiado críticos consigo misma.

En el proceso de subir los textos al blog, el profesor que había organizado el taller se acercó a mi; leyó sin pedir permiso una de las entradas y realizó dos comentarios, el primero más estúpido que el segundo. Dijo que todos los que escribimos poesía somos personas tristes. Luego leyó un poco más y me contó algo de un artículo que había leído hace poco sobre el trastorno que sufren las personas que salen de su país de origen, ¨se pierde la sensación de pertenencia¨ dijo.

Le contesté que no me consideraba una persona triste o al menos no más triste que el resto de gente que conocía y que no escribía. También me defendí a lo segundo con algo más jalado de los pelos como ¨pertenezco al mundo y listo¨

Esa pequeña conversación marcó mi vida; fue corta, pero me dejó pensando. Después de salir del paso, durante mucho tiempo me encargué de hacerme creer con fervor que, sí, soy una ciudadana del mundo, me gusta aquí, me gusta allá, me gusta la gente de todos lados, disfruto viviendo en cualquier lugar y me adapto a lo que encuentre en cada ciudad.

Lo creí y todavía lo creo, pero también a veces pienso que el profesor tenía algo de razón con lo que dijo… o bueno, lo que el autor del artículo que leyó dijo.
El sentido de lo que él llamaba falta de integración existe, solo que yo prefiero llamarlo nostalgia.

Algunas personas somos capaces de adaptarnos con mayor facilidad a nuevas costumbres, nuevas caras, nuevas ideas. Al adaptarse a algo, lo adoptas también y lo integras en ti para siempre. Entonces, te conviertes en un collage de historias lejanas.

El truco de esto es que una historia no es historia hasta que no es contada y es en ese momento en el que empieza el problema. Una historia lejana es lejana porque es contada fuera del lugar en el que se desarrolla… todas las historias lejanas están llenas de esa nostalgia de la que hablo. No es la nostalgia común, sino algo más inalcanzable, como el miedo a morir o la sensación de vacío que a veces experimentamos.

Me ocupé de pertenecer al mundo y no a un país, hice mías las costumbres, ideas y recuerdos de cada lugar en el que estuve, pero también me condené a ser a la vez, una eterna extraña. No conozco otra cosa, así que no me duele el hecho de serlo, pero siento la nostalgia; como un ciego de nacimiento, que no sufre por ser ciego porque nunca vio la luz, pero que, de vez cuando, no puede evitar desear saber cuál hubiera sido su color favorito.

Nostalgia cuando estás en un lugar ¨A¨ donde no hay ¨B¨. Nostalgia cuando lo que tienes aquí, sabes que también lo tienes allá, esperando.

La nostalgia es la única costumbre que jamás podré hacer mía.

Buenas noches.

 

Primera noche en mi nuevo hogar

18 Nov

Lunes por la noche.

Podría ser cualquier noche pero no, no lo es. Esta noche es la primera de una era… esta noche vuelvo a vivir sola.

(o algo así)

La anterior  fue triste, así que si no consigo que ésta no lo sea, estamos en problemas.  Llegué al departamento después de trabajar y me encontré con mi nueva realidad: un departamento hermoso, con una vista genial de Lima, unas pocas cajas por arreglar y nada por limpiar, gracias a mi recién estrenado sentido del orden y la previsión en la vida.

Me encontré con todo eso pero también con el desafío de sentirme bien en mi nuevo hogar. Respiré hondo y empecé.
Definitivamente necesitaba que mi primera cena fuese un éxito, así que me puse ropa cómoda y empecé a buscar qué comer. Les pinto el panorama,  aun no me habían instalado el gas natural así que no podía utilizar la cocina, la refri no se podía conectar porque el departamento tiene toma corrientes planos y no le dan al interruptor de la refri, tengo aceite de oliva (del bueno), pan de molde (del bueno), vino (del medianamente bueno), sal ¨Maruja¨ osea, normalita, un tomate, un hervidor y un tostador que sí puede que funcionen. También tenía un poco de café (del malo pero descafeinado) y azúcar rubia.

El resultado no estuvo mal del todo: tostadas con aceite, sal y tomate, una copa de vino y para después de ducharme, un cafecito con el agua que acababa de hervir. En conclusión, cena… check.

Más tarde me fui a la ducha, feliz, jabón nuevo aroma, exfoliante a estrenar, crema hidratante, esponjita y toallas nuevas. Qué feliz soy.
Hasta que ¡toma! no hay agua caliente.

Claro que no hay agua caliente, tarada… ¡no hay gas!

Malditas sean todas las empresas de gas del mundo.

Y ahí, en medio de mi desnuda desesperación apareció mi hervidor eléctrico, como un héroe asexuado dispuesto a salvarme la noche.

Así que sí, señores, me bañé al más puro estilo ¨baldecito¨. Y a mucha honra.
Primer baño… accidentado, pero check.

Una vez limpia, intentando olvidar la escena anterior, me fui a la cocina a por el cafecito prometido.
Uy, pequeño detalle, no tengo cubiertos.

¡Ni una puta cucharita!

Entonces vi salir de mi cartera una cajita de Frugos; se volteó dándome la espalda para dejarme ver otro maravilloso milagro de la ingeniería industrial: la cañita.

¿Cuántas cañitas habré infravalorado en estos 25 años de vida? pensé. Arranqué la cañita de la espalda de cartón del amigable Frugos de naranja y la usé para mezclar mi café en la taza.
Cafecito de antes de dormir… check.

Me metí en la cama y recordé que un poquito de entretenimiento no le cae mal a nadie, ¨vamos a ver qué pasa en el mundo¨ dije en voz alta. Oooook no funciona la tele. Sin cable y sin antena, va a estar un poco complicado. No hay problema, me pongo a leer. Rato de entretenimiento… check.

Me quedé dormida sin darme cuenta, a las 4AM me desperté con frío, me acurruqué, miré el reloj y volví a soñar.

Así fue mi primera noche, solitaria y divertida (extrañamente divertida ¿?)

Lo interesante es que a pesar de todo, conseguí sentirme bien.
El otro día contaba la cantidad de casas en las que he vivido, en total 8, desperdigadas por todo el mundo.
Pero esta vez es distinto, esta vez sí me siento cómoda, aun sin cubiertos, sin gas y sin tele, fui feliz desde el principio…y no solo por el vino.

Lo bueno y lo malo de vivir en el pasado

11 Nov

Esta semana ha sido un caos: trabajo arduo, coordinaciones para la mudanza, compras de último minuto, presupuestos que ajustar, amigos con mayday, dolores de estómago, aviones cancelados, abuelas internadas y mucho, mucho más.

A mi alrededor, muchas personas queridas me contaban con disgusto que también habían tenido unos días terribles.

Conversando con unas amigas al respecto, alguna dijo: A veces pienso que deberíamos haber nacido en el 1800… cosechando y cuidando animales, haciendo trueques e hijos al mismo ritmo.  Duro y parejo. Duro y parejo.

Estiramos un poco la idea y una de mis amigas, dentista de profesión, comentó que el trabajo físico no sería lo ideal para ella, así que le propusimos el puesto de médico del pueblo; su labor podría haber sido la de sacar muelas picadas con cuchillos o curar con hierbas a los enfermos. Eso, la yerbera.  Otra amiga, diseñadora e ingeniera industrial se prestó como hilandera. Yo, la verdad no sé.

El caso es que si bien hasta ahí todo parecía perfecto, rápido nos dimos cuenta que no lo era para nada.

Por ejemplo, no me imagino a mis amigas y a mi sin poder depilarnos o echarnos cremas para evitar las arrugas. Si hubiéramos nacido hace más de 200 años… ¿Qué hombres estúpidos hubiéramos tenido que soportar? ¿dónde nos hubiéramos juntado para tomar el cafecito? Cómo hubiésemos sobrevivido sin el delivery de sushi de los domingos?

¿Qué vida perra nos habría tocado vivir? Seguramente una muy diferente, pero igual de perra (y bella) que esta.

Feliz viernes

Mensaje a las lectoras

9 Nov

Quizás el peor error que se puede cometer es no darse cuenta a tiempo de que algo se está pudriendo. Definitivamente no es fácil notarlo y mucho menos cuando se trata de relaciones…

(humanas, que les dicen)

Una humano-hembra le dice a otra humano-hembra: chica, si no te llama es un imbécil, lo olvidas y ya está; a lo que la otra contesta: see… y mientras emite ese sonido ¨ssseeee¨ …en cámara lenta observo un montón de conexiones mentales que se activan sin que ella, y mucho menos la humano-hembra 1, se den cuenta. Ahí empieza el error del que hablo esta noche:

Imaginemos a una neurona (de esas con carrera) residente en el cerebro de la humano-hembra número 2, diciéndole a otra: esa pinche humano-hembra número 1 parece querer decir algo inteligente, a lo que la otra neurona insignificante, contesta: see… y mientras emite ese sonido o lo que sea que emitan las neuronas, un montón de sensaciones inexplicables recorren el cuerpo decadente de la humano-hembra 2.

Mmmm, qué confusión, retumba en la pequeña mente de nuestra amiga.

Entonces, un brazo común, parte del cuerpo de ésta, se mueve hacia un bolsillo cercano, buscando un paquetito de contenido legal, pero dañino: Dañino para él, para las neuronas  y para todo el organismo de la humano-hembra que acaba de activar su potente lado auto-destructivo; ese que le invita todo el tiempo a romper dietas, no escuchar buenos consejos, decir ¨melofo¨ refiriéndose al pieza menos recomendable de la oficina, etc.

Y así, como quien no quiere la cosa, ya estamos hechos ¡se activó todo!: la duda, la conversación interna entre todas las partes pudientes, la sensibilidad extrema, la sensación de miedo, la tristeza… unos pulmones extasiados recibiendo su dosis y una cabeza rebosante, llena de cosas de qué hablar.

Humano-hembras del mundo, hagamos el esfuerzo por escuchar a nuestras neuronas interesantes y logremos que cada cigarro sirva para matar a las otras, esos pequeños demonios que se multiplican como piojos dentro de nuestra hermosa carita.

¡Buenas noches!

Post-data_ Si tú, extraterrestre, escuchas siempre a tus neuronas con carrera, por favor te pido, haz caso omiso a este post. Mis respetos.

En el limbo

7 Nov

Quizás pasó en un intento de equilibrar su radical temperamento o tal vez cuando, sin saber, buscó tener algo en qué excusarse eternamente. También es posible que se tratase simplemente de su forma de ser, es decir, algo intrínseco a su naturaleza, invariable, por mucho que le fastidiara.

Una tarde de agosto en una pequeña ciudad europea, eligió un pantalón oscuro, ceñido a las caderas, dibujando un hermoso cuerpo que peleaba entre la adolescencia y la adultez. El corpiño era rosa, escotado y de seda. Acababa de entrar a la capilla y ya se sentía agotada, tanta gente, tantas niñas embutidas en esos vestidos de princesa que por intentar tener glamour, caían en la huachafería, niñas novias y niños – bebés de pecho. Ella siempre hubiera preferido dar la primera comunión vistiendo una túnica, como solo un verdadero ángel se vestiría: una manta de seda cubriendo su cuerpo y una corona de flores adornándole la cabeza. Nada de trenzas ni broderí. Sin lazos, sin maquillaje.

Cuando la ceremonia comenzó, el padre explicó o quizás ella creyó oirle decir, que los niños ahí reunidos estaban evitando, con la eucaristía, que al morir, sus almas fueran directo al infierno. Digamos que el gasto de los padres en la preparación, ceremonia, trajes, fiesta y regalos servía como «seguro de escala» porque, aun si con el paso de los años, se convertían en unos reverendos demonios, ese estado medio entre el bien y el mal llamado limbo estaba asegurado, gracias a haber estado en el momento adecuado, haciendo lo católicamente adecuado.
Esa ceremonia les salvaría del fuego eterno, convirtiéndose así en un jolgorio que jamás olvidarían. «¿O eso era el bautizo?» Pensó. De lo que nadie era salvado era del fuego eterno del verano. En sus propias palabras…

«Fue un verano de esos que no daban tregua; de las piedras parecía brotar vapor y de los cuerpos, mares… Recuerdo mi piel más morena que nunca y la mezcla perfecta de olores impregnados en el aire»

Largamente sonreía. Tras la comunión venía el convite. Las familias la saludaban y comunicaban su alegría por el compromiso entre ella y el susodicho. Algunas parecían no haber notado su joven edad, otras transmitían ideas muy distintas, quizás más reales también.

¨¿Cómo iba a estar yo para siempre con él? ¿Nadie pensó…?

Exacto.

 

continuará